Ciclo Agrario y Cosmovision Campesina
Echen las yeguas a l'era
Entre la gran cantidad de fiestas en las que hemos participado en las zonas rurales, no cabe duda que la más significativa ha sido la trilla, faena y fiesta de antigua data asociada al proceso productivo del trigo, que, en Palabras de Fidel Sepúlveda, nos acerca profundamente al sentido cíclico de la cosmovisión campesina:
Cuando las yeguas giran es un símbolo del tiempo, que gira. El ciclo comienza con el grano de harina, luego siguen el pan, el goce de la familia, la comida en común, el trabajo en común”.
La trilla es la consumación de un proceso que se inicia aproximadamente en el mes de mayo con la siembra y otras actividades agrícolas para su cuidado, y que incorpora también la devoción a San Francisco y la celebración de la Cruz del Trigo en el mes de octubre para la obtención de una buena cosecha, culminando con la trilla entre los meses de enero y febrero.
Muchos han sido los relatos que a lo largo de los años hemos escuchado y, si bien en todos ellos reconocemos distintas formas de organizar el trabajo y la celebración, constatamos la existencia de un patrón único en relación a los valores que sustentan esta faena, bajo lógicas de cooperación y reciprocidad, propios del tradicional “mingaco”. Se trata de una actividad donde el trabajo es conducido por un sentido colectivo, y donde la alegría compartida, manifestada en el canto, el baile y la comida, le entregan el tenor festivo y único a la coronación del ciclo. Por su parte, el respeto hacia la experiencia y los conocimientos allí involucrados, se suman sin tensión a la integración de cada persona a las tareas requeridas, desde un rol no impuesto.
En la actualidad las trillas a yegua suelta prácticamente han desaparecido y las tareas vinculadas con la vida agrícola se han sometido a un modelo impuesto bajo los preceptos de la tecnificación y el rendimiento, afectando las relaciones de reciprocidad allí generadas, entre muchos otros aspectos de la vida campesina. ¿Qué es lo que los recuerdos aún resguardan como parte de un pasado cercano que aún resiste al olvido?
De manera generalizada, las trillas contaban con la participación de decenas de personas que se integraban en forma voluntaria para ayudar durante todo el proceso de trabajo. Los varones asumían el rol de horqueteros o correteadores, las mujeres ayudaban en la cocina y los niños participaban acarreando vino, agua o ayudando en la orilla de la era, dando vueltas la paja o barriendo el trigo que caía afuera.
De acuerdo a la cantidad de trigo cosechado, las trillas podían durar hasta una semana, alcanzando 20 o más carretadas de este cereal.
Era tanto el trigo que la misma carreta que trasladaba las gavillas pasaba por encima del montón para aplastarlo. Participaban unas 100 yeguas, que se iban turnando a medida que los días avanzaban”.
Previo a la trilla, las gavillas recién cortadas se ordenaban en fardos y se trasladaban hasta la era en carretas con barandas muy altas hechas de ramas. La era se ubicaba generalmente en alguna loma cercana que estuviera expuesta al viento y allí se organizaba el montón o parva recién cosechada, cercándose posteriormente con estacas de varillas gruesas o alambre liso de cerco, dejando un espacio para el correteo de las bestias. Encima de la parva se acomodaba la cruz de San Francisco, la que luego se enterraba en el trigo cosechado. Antes de que las yeguas iniciaran su trabajo, parte del trigo amontonado se tiraba al suelo como un primer saque. Luego se echaban las yeguas al interior de la era con dos o más correteadores, también llamados trilladores, quienes las hacían galopar alrededor del montón para chancarlo. Los trilladores iban gritando y golpeando a las yeguas con una huasca, produciéndose un contrapunto entre sus gritos. Uno de ellos gritaba con voz aguda y el otro le contestaba con voz grave.
¡Ah yegua mulata,
ah yegua mulata,
debajo de la cola lleva la plata!
¡Ah yegua lierda,
yegua lierda,
debajo de la cola lleva la mier…!
¡Al Uruguay guay guay!
Los arreadores, que iban a caballo “corriendo” a las bestias que daban vueltas, debían ser hombres con mucha experiencia, ya que era una labor difícil y peligrosa. Igualmente, otorgaba prestigio y distinción para quienes eran reconocidos como expertos en esta faena.
Los horqueteros, por su parte, se ubicaban alrededor del montón impidiendo que las yeguas se desviasen del círculo, y con la horqueta tiraban el trigo a su paso, a medida que éste se iba moliendo. Las yeguas generalmente corrían cuatro carreras antes de descansar. Cada carrera consistía en una corrida de alrededor de 10 minutos para un lado, pasando paulatinamente de la carrera al trote y luego al paso, y otros 10 minutos en sentido contrario, con el fin de que éstas no se emborrachasen. En ese momento, entonces, las cantoras subían al montón de trigo o se ubicaban en la puerta de la era, y amenizaban el descanso hasta que comenzaba nuevamente la faena.
“A yegua, a la estaca
a la vuelta yegua flaca
a yegua a la era
a la vuelta yegua lierda”
Las carreras eran ordenadas por el “yegüerizo”, habitualmente el dueño de la trilla u otro varón con mucha experiencia en dirigir el trabajo de la trilla señalando desde afuera cuando éstas debían detenerse, ya sea para cambiar el sentido de la carrera en el círculo o para descansar. También daba indicaciones acerca de la botadura de la paja:
¡Arrincónese más! ¡bótele el bordito! ¡Le vamos a ir dando canchita! ¡Límpiese los pies!
Una vez dadas las cuatro carreras, se abría la puerta de la era para que las yeguas salieran. Afuera, los correteadores las paseaban con el fin de que no se acalambraran o “cortaran”, mientras los horqueteros preparaban el siguiente saque para replicar el mismo trabajo anterior hasta terminar el montón, aprovechando el momento para refrescarse con un vaso de harinado. Al botar el último saque, cuando quedaba poco trigo, los horqueteros competían para encontrar cajones con quesos, barriles con aguardiente y chuicas de vino, que el dueño de la trilla había colocado debajo de las primeras gavillas como una forma de incentivar a quienes trabajaban en la faena. El horquetero que encontraba algunas de estas sorpresas las recibía como premio y las compartía con el resto de los trabajadores.
En la localidad de Ñipas, Región de Ñuble, era muy común ver a las cantoras arriba del montón y a las parejas afuera de la era bailando, mientras las yeguas daban vueltas. Adentro del montón los dueños de la trilla escondían cuatro o cinco quesos grandes y al terminar la cueca, una de las parejas subía a escarbar la paja hasta encontrar alguno. Después de otra cueca subía otra pareja y así continuaba hasta encontrar todos los quesos. Al terminar la trilla, la cantora se trasladaba al lugar de la fiesta donde se bailaban cuecas, “guateados” o valses, y corridos. Además de la guitarra, en algunas localidades se tocaba también el charrango, instrumento hecho con madera de forma rectangular y con 3 o 4 filas de alambres, que era utilizado con dedales de cuero que cubrían todo el dedo.
Actualmente las trillas se realizan a máquina, pero en algunas localidades, una vez que ésta finaliza, se trilla la paja a yegua. Generalmente son trillas pequeñas a “mancorna”, es decir, con dos, tres o cuatro caballos o yeguas amarradas, que un solo hombre dirige parado encima del montón de paja, sujetando las puntas de las amarras de cada bestia. Las personas que participan se contratan, aunque en algunos casos se mantiene la ayuda espontánea, generándose después la conocida “vuelta de mano” en la que el dueño de la trilla ayuda también a quienes vinieron a la suya.