Ciclo Agrario y Cosmovision Campesina
A mi padre San Francisco
Desde el alba hasta el crepúsculo, desde el nacimiento de un nuevo ser hasta su muerte, desde que la tierra recibe la semilla hasta que ésta fructifica en una abundante cosecha, la Fe es parte constitutiva de la vida campesina.
Dentro del nutrido calendario religioso que acompaña al ciclo agrario, el 4 de octubre, día de San Francisco, es una de las fechas más importantes asociadas al cultivo del trigo.
El primer acercamiento a esta celebración lo tuvimos en la localidad de Hualqui, provincia de Concepción, en la década de los ochenta, en casa de la familia Bascuñán, pequeños agricultores que sembraban trigo en distintos predios bajo la modalidad de mediería. Ese día los varones no salían a trabajar lejos de casa y desde temprano se dedicaban afanosamente a confeccionar cruces de madera, que se llevaban posteriormente a las distintas plantaciones de trigo. Cada cruz era adornada prolijamente con ramos de flores de la estación, que la dueña de casa cultivaba especialmente para esa fecha.
Mientras se hacían estos arreglos, las mujeres preparaban los alimentos que se compartirían más tarde en la loma: ponches, mistelas, lonjas de cabeza de chancho ahumada durante el invierno, pan amasado y pajaritos. Después de almuerzo, la comitiva salía presidida por las cruces y sus cargadores, mientras el resto de los participantes llevaban la comida y las bebidas. Una vez en la plantación, la Cruz se enterraba en medio del trigo verde, mirando hacia la casa. El dueño de casa, entonces, la bautizaba derramando un vaso de vino tinto sobre ella y todos juntos rezaban el Padre Nuestro. Seguían a esto los aplausos, los ¡viva San Francisco! y las cuecas, las que se bailaban bien zapateadas para asegurar la buena cosecha.
Hay que zapatearla enterita. Pisar bien fuerte el trigo para que salga bonito y haya buena cosecha”.
Fíjese que donde más se zapatea, es donde más lindo crece el trigo”.
A mi padre San Francisco. Lupercia Quezada. Tonada. Cartago. Pemuco. 1980. Sub-fondo Jorge García.
Luego de algunos pies de cueca, se bailaban valses y corridos, para después continuar visitando las otras plantaciones de trigo hasta el anochecer. En cada una de ellas se dejaba la Cruz bendecida con vino, acompañada de rezos y bailes.
Otro lugar que conocimos en profundidad durante la década de 1990 fue la localidad de Yungay, actual Región de Ñuble. Los preparativos de la celebración comenzaban uno o dos días antes con la “vestidura de la Cruz” y la preparación de la comida.
La cruz debía estar hecha de canelo, árbol nativo de alta relevancia simbólica en el mundo mapuche, y ser adornada por las mujeres de la familia, quienes pedían una buena cosecha al santo. La vestidura consistía en un traje de papel volantín, crepé o celofán de variados colores, lo más femenino posible, adornado con pañuelos o cintas también de papel, ya que “mientras más coqueta está la cruz, mejor va a estar la cosecha”. Antaño, los colores usados eran verde, amarillo y blanco, que simbolizaban el trigo nuevo, el trigo maduro y el color de la harina, respectivamente. Con el tiempo estos colores fueron reemplazándose por una nueva gama, privilegiando una estética más llamativa.
El día 3 se realizaba una misa especial en la iglesia de Yungay, donde se reunían numerosas y vistosas cruces para ser bendecidas. Al regresar de la misa, cada cruz se enterraba en la orilla de la plantación de trigo mirando hacia la casa de sus dueños. De esta forma, quedaban al sereno y al amanecer del día de San Francisco, el santo las bendecía nuevamente.
En cada casa donde se celebraba a San Francisco, se construía un arco de digüeñes en el portón de entrada, donde desde muy temprano era recibida la visita con mistelas, ponches y pajaritos. Luego, durante un contundente almuerzo ofrecido en la casa se emitían gritos y vivas a San Francisco, seguidos de aplausos, brindis y cantos. Terminado el almuerzo, la comitiva partía a la siembra y la Cruz se clavaba en el medio de la plantación, siempre mirando hacia la casa. Todos los participantes se ubicaban alrededor de la Cruz y se procedía a bautizarla, con los respectivos rezos, gritos y peticiones al Santo.
¡San Francisco quiero 10 por 1! ¡Quiero 15 por 1!
Enseguida comenzaba la celebración y el baile con las cuecas zapateadas sobre la siembra hasta entrada la tarde. Cuando la comitiva se retiraba, la Cruz quedaba en la siembra como protectora de su crecimiento hasta la trilla, momento en que era colocada encima del montón de espigas o en el centro del trigo cosechado como testigo de la faena.
En la actualidad, el cultivo de trigo de manos campesinas ha disminuido considerablemente. Sin embargo, la fiesta de la Cruz del trigo continúa celebrándose en diversas localidades de la Región del Biobío y de Ñuble, reproduciéndose ante todo el fervor de la Fe popular y las tradiciones culinarias que le acompañan.